VOLVER A ROMA VII

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Fachada del Panteón

SIEMPRE, EL PANTEÓN

 

Al ingresar en el Panteón de Agripa debemos ser conscientes de que estamos vislumbrando el interior de un edifico de la Roma clásica como lo hubiéramos podido ver originalmente tras su reconstrucción por Adriano, con las diferencias obvias de su transformación en iglesia, lo que ha permitido su excelente estado de conservación. Podemos admirar lo original de su estructura, su revestimiento interior y sobre todo la cúpula, obra mayor de ingeniería pocas veces igualada en la posteridad; no en vano Miguel Ángel, el genio, dijo que se trataba de un diseño angélico y no humano.

 

El primitivo edificio fue destruido por un incendio, pero Adriano respetó la memoria del primer constructor, Marco Vipsanio Agripa, político, general, mecenas, mano derecha y yerno de Augusto. En el friso triangular se lee: Marcus Agrippa, Lucii fīlius, consul. tertium, fecit (Marco Agripa, hijo de Lucio, consulado tercero, (lo) hizo), y lo hizo en conmemoración de la batalla de Accio en la que derrotó definitivamente a Marco Antonio y a Cleopatra y puso en manos de su suegro Octavio, después Augusto César Imperator, (divino de facto incluso antes de su muerte), el comienzo de la Pax Augusta y de un nuevo régimen de gobierno que sucedió a la decadente república romana: el imperio.

 

Hoy no podríamos disfrutar de esta maravilla si el emperador bizantino Flavio Focas no hubiera cedido el edificio al papa Bonifacio IV, quien lo convirtió en iglesia respetando la estructura y ornamentación original, eliminando, claro está, las estatuas paganas y sustituyéndolas por imágenes cristianas. Sigue siendo un panteón en su acepción como enterramiento colectivo, y en su seno se han ido inhumando personajes importantes a lo largo de la historia, entre ellos Rafael Sanzio y los reyes de la dinastía de Saboya Victor Manuel II y su hijo Humberto.

 

Hoy, entrar al Panteón cuesta dinero, Desde hace poco. Para no tener que soportar la larga cola de adquisición de entradas, las compré a través de una agencia de modo que quince minutos antes de la hora convenida te veías con un empleado que te introducía en el recinto enseñando los pases que previamente había reservado para nosotros. Una vez dentro, rodeado de una gran muchedumbre, te dispones a disfrutar de la contemplación de un recinto único, el más emblemático de Roma, con permiso de otras opiniones.

 

No me resisto a transcribir, textuales, algunas de las palabras que le dedica Javier Reverte :

 

"Siempre que paso por esta zona no puedo resistir la atracción del edificio…

 

…Lo he visitado por la mañana, a mediodía, al anochecer, con frío o calor, con lluvia y con sol, bajo la luna y en noche cerrada...

 

…A mí me vale cualquier hora y cualquier circunstancia. Cuando entré por vez primera, al minuto ya me había subyugado: esa cúpula que parece sostenerse en el aire y que nunca pudo ser superada hasta que Miguel Ángel se atrevió con la de San Pedro…

 

…el Panteón me transmite una sensación de serenidad. Cruzas su puerta y ya eres el dueño de la gran sala, por más que haya mucha gente a su alrededor. Te rodean decenas de personas, pero sientes que estás solo. Y hay algo que te tranquiliza de un miedo hondo a la vida que siempre te acompaña y que nunca reconoces: el Panteón consuela…./ …ese agujero de la cúpula abierto al cielo, a la lluvia, al aire, a la nieve, por donde uno puede sentir la presencia de los dioses amables y olvidar, por un momento, los desastres de la existencia y el miedo a la muerte”

 

Leyendo estos párrafos tan sentidos no cabe duda de que el autor se ha venido arriba, y releyéndolos, mi envidia crece aún más por dos motivos: que haya podido visitar el monumento tantas veces y en tan variadas circunstancias (calculo que habrán podido ser más de diez ocasiones), mientras que los mortales turistas de a pie sólo tenemos tiempo para una o dos, si el monumento nos atrae mucho. Y también envidio que pueda tener esa capacidad de abstracción tan elevada como para sentirse solo en medio del tumulto de cientos de personas. Para mí las piedras, los monumentos, los espacios naturales, las distintas formas de vida, me hablan con un lenguaje tan sutil y huidizo, que me resulta imposible escucharlo rodeado de un enjambre de centenas de personas multilingües: mi sensibilidad no da para tanto; en mi anterior estancia disfruté del monumento en dos ocasiones, mañana y tarde; me emocioné deslizando la vista por las exedras, los nichos, los arquitrabes, los casetones de la cúpula y sobre todo el óculo, ese ojo abierto por donde penetra la luz y los meteoros en el espacio interior y que en línea con el sol debe de ser un espectáculo único; pero, siendo consciente de estar contemplando lo que el paso de los siglos y la torpeza humana no han destruido, no pude llegar a experimentar la exaltación vital a que alude el autor del Otoño Romano. Tal vez una pequeña, tosca, sencilla y sobre todo solitaria ermita románica en medio del campo hubiera podido conmoverme más.

 


Plaza de la Rotonda con el Panteón

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