VOLVER A ROMA (III)

LA ESCUELA ESPAÑOLA DE ROMA


Tras haber trabado conocimiento de la realidad de mi barrio romano, en ausencia de visitantes foráneos –yo mismo uno de ellos, y probablemente pocos más, convenientemente camuflados de ciudadanos del barrio, recorriendo sus calles, plazas y parques y comprando en sus tiendas, a los pocos días del inicio de mi estancia tuve la ocasión de bajar al centro histórico para asistir a la presentación de un libro en la Escuela Española de Historia y Arqueología. Esta institución del CSIC en el exterior se ubica en la vía de Santa Eufemia, frente a la columna Trajana, al lado de los mercados de Trajano y del foro del mismo emperador. Un lugar privilegiado. Son más de cincuenta minutos a pie los que van poniendo en evidencia que ya no soy un joven de 30 años y que mi zona lumbosacra sufre por el problema que se hace más manifiesto con la edad. Bajando hasta la piazza de San Giovanni Laterano, continuando por la calle del mismo santo, rodeando un atestado Coliseo por el norte se accede a la via dei fori imperiali. Por aquellas fechas se encontraban en ejecución las obras de remodelación del metro, por lo que gran parte de los espacios de circulación tanto de peatones como de vehículos en los alrededores del anfiteatro Flavio (Coliseo) y de la vía de los foros se encontraban ocupadas por las vallas protectoras de obra, lo que hacía aún más penosa la sensación de apretujamiento de masas turísticas que ocupaban una de las aceras de la calle teniendo que avanzar casi a codazos por entre el gentío. Cola para entrar a San Juan de Letrán, cola inmensa para entrar al Coliseo, cola para entrar al foro… grupos de personas siguiendo como ovejas de rebaño a los guías que portan palos de selfie adornados con cintas de distintos colores para que sus correspondientes secuaces los distingan de los demás entre la turbamulta. No debería quejarme por varios motivos: el primero es que yo formo parte de la turbamulta que llena los sitios, y también que, al fin y al cabo, la masificación, como dice el autor de la Roma desordenada, es consecuencia de la democracia y las mejoras en el bienestar económico (también la mina de oro que encuentran las agencias de viaje bajando los precios para aumentar exponencialmente las ventas), y felizmente, no solo los ricos pueden hoy en día hacer turismo. Pero lo que nadie puede negar es que el turismo contamina y altera la esencia de los lugares que toca, pues los recursos y los servicios cambian el aspecto de la ciudad para atender a los forasteros que vienen a ver las maravillas que se les ofrece.


Por fin, En lo alto de la vía de los Foros, con el Altar de la Patria a mi espalda (la máquina de escribir, bautizada por los romanos) pasé al lado de la maravilla de la columna trajana con la perspectiva de los foros imperiales y el mercado. Una visión imponente de una época de esplendor de la ciudad, dicen que la mejor: la de los cinco emperadores buenos.


Trajano pasa para muchos historiadores como el mejor emperador de los romanos, y no les faltan razones para afirmarlo. El primer princeps no itálico, nacido en Hispania, en la ciudad bética de Italica, reúne los requisitos para ser considerado así. Conquistador y anexionador victorioso de la temible Dacia y del reino de los nabateos, procuró al imperio la mayor extensión de su historia. Fue además un prolífico promotor de obras públicas y un notable estadista y filántropo que procuró, dicen, el bienestar de los ciudadanos más desfavorecidos. Todo ello lo sabemos por los cronistas de la época como Suetonio o Tácito. Ambos idealizaron la figura del césar y no evitaron la comparación con los anteriores, incluidos Julio César y Augusto, figuras que sirvieron de referencia para evaluar la bondad o mediocridad de los mandatarios subsiguientes. Por ellos sabemos de la desconfianza y depravación de Tiberio, la psicopatía de Calígula, la crueldad de Nerón, o la arrogancia y despotismo de Domiciano. Sin embargo la administración imperial se mantuvo eficaz durante sus respectivos reinados. Habría, a la luz de otros testimonios y datos, que tomar con pinzas algunas de las apreciaciones hostiles con que se han definido, encaminadas tal vez a potenciar la figura del emperador coetáneo. Domiciano, por ejemplo hasta su asesinato por parte de su propia familia, a juicio de muchos historiadores y de este pobre aficionado, pudo ser uno de los emperadores más eficientes en cuanto a la gobernación del imperio; entre otros aspectos, dejó bien asentada la economía pública para beneficio de la ulterior dinastía ulpio-aelia. Y del hecho de la inexistencia de conflictos durante el largo reinado de Antonino Pío puede aventurarse que este césar sucesor de Adriano, fue uno de los mejores emperadores que tuvo Roma.


De la presentación del libro al que acudí, Hispania Restituta, la Antigüedad clásica en el programa político y cultural de los Reyes Católicos: relaciones entre España e Italia, la tesis doctoral de una joven, Paloma Martín, editada por el CSIC, tras los preámbulos del director de la Escuela y del embajador, y de una profesora participante, todas en italiano, idioma del que solo capto algunas expresiones debido en parte a mi hipoacusia, pude disfrutar de la glosa de un profesor español que me hizo recapacitar sobre los conocimientos que tengo sobre la época del mandato de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y de cómo se forjó la idea imperial de España en una ciudad como Roma que vino a ser la capital de los reinos que físicamente los Reyes Católicos no tuvieron en su propio territorio, y de las relaciones entre el papado y los reinos rivales de Francia y Aragón-Castilla, así como la figura del Gran Capitán; el profesor recalca la idea, considerada por la historia, de que pudo haberse ofrecido a la República de Venecia, lo que rompía la imagen de lealtad patriótica de uno de los personajes de la historia de España elevado a la categoría de héroe nacional. Participante en la reconquista de Granada, cuesta mucho aceptar la idea de que pudo tratarse de un mercenario que jugó fuerte y perdió, terminando ignorado por los reyes.


El regreso a casa lo efectuamos con Beatrice, amiga de Trini, profesora de la Universidad de Tor Vergata, intentando eludir el bus 81 que sabíamos atestado, y decidiéndonos por el 85 que nos dejaba algo más lejos. Inútil: este autobús no podía ir más lleno.

LA ESCUELA ESPAÑOLA DE ROMA

Tras haber trabado conocimiento de la realidad de mi barrio romano, en ausencia de visitantes foráneos –yo mismo uno de ellos, y probablemente pocos más, convenientemente camuflados de ciudadanos del barrio, recorriendo sus calles, plazas y parques y comprando en sus tiendas, a los pocos días del inicio de mi estancia tuve la ocasión de bajar al centro histórico para asistir a la presentación de un libro en la Escuela Española de Historia y Arqueología. Esta institución del CSIC en el exterior se ubica en la vía de Santa Eufemia, frente a la columna Trajana, al lado de los mercados de Trajano y del foro del mismo emperador. Un lugar privilegiado. Son más de cincuenta minutos a pie los que van poniendo en evidencia que ya no soy un joven de 30 años y que mi zona lumbosacra sufre por el problema que se hace más manifiesto con la edad. Bajando hasta la piazza de San Giovanni Laterano, continuando por la calle del mismo santo, rodeando un atestado Coliseo por el norte se accede a la via dei fori imperiali. Por aquellas fechas se encontraban en ejecución las obras de remodelación del metro, por lo que gran parte de los espacios de circulación tanto de peatones como de vehículos en los alrededores del anfiteatro Flavio (Coliseo) y de la vía de los foros se encontraban ocupadas por las vallas protectoras de obra, lo que hacía aún más penosa la sensación de apretujamiento de masas turísticas que ocupaban una de las aceras de la calle teniendo que avanzar casi a codazos por entre el gentío. Cola para entrar a San Juan de Letrán, cola inmensa para entrar al Coliseo, cola para entrar al foro… grupos de personas siguiendo como ovejas de rebaño a los guías que portan palos de selfie adornados con cintas de distintos colores para que sus correspondientes secuaces los distingan de los demás entre la turbamulta. No debería quejarme por varios motivos: el primero es que yo formo parte de la turbamulta que llena los sitios, y también que, al fin y al cabo, la masificación, como dice el autor de la Roma desordenada, es consecuencia de la democracia y las mejoras en el bienestar económico (también la mina de oro que encuentran las agencias de viaje bajando los precios para aumentar exponencialmente las ventas), y felizmente, no solo los ricos pueden hoy en día hacer turismo. Pero lo que nadie puede negar es que el turismo contamina y altera la esencia de los lugares que toca, pues los recursos y los servicios cambian el aspecto de la ciudad para atender a los forasteros que vienen a ver las maravillas que se les ofrece.


Por fin, En lo alto de la vía de los Foros, con el Altar de la Patria a mi espalda (la máquina de escribir, bautizada por los romanos) pasé al lado de la maravilla de la columna trajana con la perspectiva de los foros imperiales y el mercado. Una visión imponente de una época de esplendor de la ciudad, dicen que la mejor: la de los cinco emperadores buenos.


Trajano pasa para muchos historiadores como el mejor emperador de los romanos, y no les faltan razones para afirmarlo. El primer princeps no itálico, nacido en Hispania, en la ciudad bética de Italica, reúne los requisitos para ser considerado así. Conquistador y anexionador victorioso de la temible Dacia y del reino de los nabateos, procuró al imperio la mayor extensión de su historia. Fue además un prolífico promotor de obras públicas y un notable estadista y filántropo que procuró, dicen, el bienestar de los ciudadanos más desfavorecidos. Todo ello lo sabemos por los cronistas de la época como Suetonio o Tácito. Ambos idealizaron la figura del césar y no evitaron la comparación con los anteriores, incluidos Julio César y Augusto, figuras que sirvieron de referencia para evaluar la bondad o mediocridad de los mandatarios subsiguientes. Por ellos sabemos de la desconfianza y depravación de Tiberio, la psicopatía de Calígula, la crueldad de Nerón, o la arrogancia y despotismo de Domiciano. Sin embargo la administración imperial se mantuvo eficaz durante sus respectivos reinados. Habría, a la luz de otros testimonios y datos, que tomar con pinzas algunas de las apreciaciones hostiles con que se han definido, encaminadas tal vez a potenciar la figura del emperador coetáneo. Domiciano, por ejemplo hasta su asesinato por parte de su propia familia, a juicio de muchos historiadores y de este pobre aficionado, pudo ser uno de los emperadores más eficientes en cuanto a la gobernación del imperio; entre otros aspectos, dejó bien asentada la economía pública para beneficio de la ulterior dinastía ulpio-aelia. Y del hecho de la inexistencia de conflictos durante el largo reinado de Antonino Pío puede aventurarse que este césar sucesor de Adriano, fue uno de los mejores emperadores que tuvo Roma.


De la presentación del libro al que acudí, Hispania Restituta, la Antigüedad clásica en el programa político y cultural de los Reyes Católicos: relaciones entre España e Italia, la tesis doctoral de una joven, Paloma Martín, editada por el CSIC, tras los preámbulos del director de la Escuela y del embajador, y de una profesora participante, todas en italiano, idioma del que solo capto algunas expresiones debido en parte a mi hipoacusia, pude disfrutar de la glosa de un profesor español que me hizo recapacitar sobre los conocimientos que tengo sobre la época del mandato de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y de cómo se forjó la idea imperial de España en una ciudad como Roma que vino a ser la capital de los reinos que físicamente los Reyes Católicos no tuvieron en su propio territorio, y de las relaciones entre el papado y los reinos rivales de Francia y Aragón-Castilla, así como la figura del Gran Capitán; el profesor recalca la idea, considerada por la historia, de que pudo haberse ofrecido a la República de Venecia, lo que rompía la imagen de lealtad patriótica de uno de los personajes de la historia de España elevado a la categoría de héroe nacional. Participante en la reconquista de Granada, cuesta mucho aceptar la idea de que pudo tratarse de un mercenario que jugó fuerte y perdió, terminando ignorado por los reyes.


El regreso a casa lo efectuamos con Beatrice, amiga de Trini, profesora de la Universidad de Tor Vergata, intentando eludir el bus 81 que sabíamos atestado, y decidiéndonos por el 85 que nos dejaba algo más lejos. Inútil: este autobús no podía ir más lleno.

 

Compartir

Share by: