VOLVER A ROMA V

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Sarcófago pagano

Mitreo de San Clemente


SAN CLEMENTE Y LA CARCEL MAMERTINA


Uno llega a pensar que no puede evitar, viviendo unos meses en una ciudad como Roma, evocadora de tantos momentos de la Historia, abstraerse del pánico y el rechazo que le produce la aglomeración macroturística, y resignarse a contemplar una gran parte de sus monumentos en compañía numerosa. Es así, y no veo forma de que no lo sea, so pena de que volvamos a la época en que el turismo era accesible solo a los potentados; así que un día en que el optimismo primaba en mi estado de ánimo, decidí recurrir una agencia de compra de entradas online al menos para no tener que guardar cola en taquilla y fijar fecha para visitar la famosa cárcel Tuliana o Mamertina, que hace poco fue reabierta al público. Estas empresas de ventas y reservaciones, ubicada en los países más inesperados (la mía radicaba en Alemania), son especialistas en cobrar precios astronómicos aprovechando la demanda y el miedo a las enormes colas, pero siempre encuentra uno accesos asequibles que puede aprovechar.


 De paso volvería a recorrer las laberínticas excavaciones bajo la basílica de San Clemente, algo que recomendé vivamente en mi anterior relato de mi estancia en Roma. Para adquirir esta entrada por el módico precio de diez euros solo tuve que entrar en la página web oficial de la basílica.


San Clemente es una de las iglesias más interesantes de Roma, y también de las más antiguas, y no es sólo por la iglesia actual, cuya construcción finalizó en el siglo XII y que conserva valiosos mosaicos de la época, sino porque sus subterráneos albergan un compendio de establecimientos religiosos con diversos usos desde el siglo I. Este yacimiento es equiparable, salvando las diferencias, con la excavación del subsuelo de la basílica de Santa Eulalia, allá en nuestra Mérida. Una de las diferencias es que esta última se encontraba en el extrarradio de Emerita, y la basílica clementina se sitúa en el corazón de la misma Roma.


Recomiendo vivamente para la visita bajar directamente hasta lo más profundo de las excavaciones y recorrer el yacimiento en sentido cronológico, al contrario que las visitas normales, de esta forma los demás visitantes se irán diluyendo en el resto de los pasadizos y puede que, como me sucedió, vuestra visita se vea coronada por una cierta soledad, según la época; así, si descendéis hasta los pisos inferiores podréis descubrir lo que queda de la casa romana del siglo I propiedad de un importante personaje de la dinastía Flavia del que dicen que se convirtió al cristianismo y fue ejecutado. Se trata del senador Tito Flavio Clemente (No confundir con el Clemente titular de la basílica que ahora visitamos) En la casa de Tito Flavio se reunían clandestinamente los cristianos para celebrar sus liturgias. Muy próxima a la vivienda podremos asomarnos a lo que fue un sector donde fluye con fuerza una corriente de agua que va a parar a la cloaca máxima de Roma. También deambularéis por un laberinto de estancias que no son otra cosa que antiguas tiendas (tabernae) que en el siglo I se situaban a nivel de calle.


A otro lado, y ya a finales del siglo II se construyó un mitreo y una escuela mitraica; merece la pena detenerse aunque sea brevemente en la significación que tuvo el mitraísmo como religión en el mundo romano de los siglos III y IV hasta su desaparición provocada por la implantación del cristianismo como única religión del imperio tras el edicto de Tesalónica promulgado por Teodosio I, último de los emperadores de origen hispano.


Es curiosa la historia de Mitra: de origen persa, era un dios menor de la corte de Ahura-Mazda y Arihman, el bien y el mal que Zoroastro intentó unificar. Cuéntase que Mitra nació de una virgen un veinticinco de diciembre y fue adorado por unos pastores. El mitra romano fue adoptado por las legiones romanas como “dios invicto”, y también por los comerciantes como protector del comercio y de los contratos. Para los romanos Mitra nació espontáneamente de una roca, y nació con un fin de “redención” del universo, por orden del dios Helios; así, se encargó de sacrificar al toro cósmico con su daga, y de su muerte, de sus testículos, su sangre y su cola surgió la vida y el orden en el cosmos. Se cuenta que para conmemorar esta redención Helios y Mitra celebraron un banquete que algunos estudiosos aseguran que consistía en pan, agua y vino. Los seguidores de Mitra elegían un subterráneo cerca de una corriente de agua para oficiar sus ritos, incluido el banquete mitraico, sentados en bancos corridos y ordenados por grupos de iniciación que empezaban por los neófitos o corax, representados por un cuervo y bajo la advocación del dios Mercurio y concluía por la máxima autoridad o Pater, que era un equivalente al obispo cristiano. En el sincretismo religioso del mitraísmo tenían cabida todas las deidades de la religión oficial romana, era una religión tolerante, al contrario que el cristianismo, que fue excluyente y al final triunfó. Si analizamos estas similitudes y otras que sería tedioso detallar en este pequeño esbozo, veremos que no hay nada nuevo en ninguna religión y que todas ellas han sido ideadas para explicar lo inexplicable, para dictar unas normas de convivencia, y en último extremo, para aliarse con el poder y constituir asimismo un poder generalmente y con pocas excepciones al servicio de las clases más favorecidas.


Asomad la cara y veréis a través de las rejas la cueva con los bancos corridos donde se celebraban las ceremonias, con el ara en el centro donde se representa a Mitra degollando el toro.

La excavación logró reconstruir todos estos restos que habían sido reducidos a escombros y utilizados como base para la edificación de la nueva basílica en la cuarta centuria, del mismo modo que la iglesia paleocristiana fue usada como cimiento de la del siglo XII que podemos contemplar hoy.


Desde ahí subimos a lo que fue la basílica del siglo IV, cortada, como he dicho, en su parte superior por el forjado del suelo de la basílica más reciente, y que contiene valiosas pinturas murales de santos y mártires, muy bien descritas en los carteles que las acompañan. Entre otras muchas, podemos deleitarnos con “el milagro del mar de Azov” en el que narra el prodigio de un niño que fue tragado por las aguas del mar Negro después de subir tras la peregrinación a la tumba de San Clemente, y que apareció con vida tras la intercesión del santo. “La leyenda de Sissinius” importante personaje de la corte del emperador Nerva que quedó ciego cuando iba a castigar a su esposa que se había convertido al cristianismo, la historia de san Alejo, que fue como ermitaño a tierra santa y a su regreso a Roma su familia no lo reconoció y vivió trabajando como siervo hasta su muerte. O “El traslado de las reliquias de San Clemente” desde Crimea hasta Roma por los santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los eslavos; la tumba del primero se encuentra en esta basílica y es objeto de peregrinación de fieles de Europa del Este.


Clemente de Roma pudo haber conocido personalmente a San Pablo, a juzgar por la fecha de su defunción, en el año 99 (El de Tarso murió entre el 58 y el 64). En el 88 fue nombrado obispo de Roma, y por tanto, Papa, el cuarto tras Pedro, Lino y Anacleto. Probablemente a causa de su encendida actitud misionera, el emperador Trajano, que no fue especialmente agresivo con los cristianos, porque los abominaba pero no los persiguió expresamente, lo deportó a la actual Crimea, donde cuenta la hagiografía cristiana que fue torturado y ejecutado por no querer adorar a Júpiter. Sus restos fueron encontrados por los santos evangelizadores de eslavos, quienes se encargaron de llevarlas a Roma (solo una parte, pues algunos fragmentos se encuentran dispersos por Ucrania, Crimea, y hasta en Fuente de Piedra (Málaga) donde llegó una parte junto con un vaso con su sangre, donación de Pío VI a una casa nobiliaria en el siglo XVIII. 


Volveré a San Clemente cada vez que vuelva a Roma.

Quedan un par de horas para la visita a la cárcel, que se encuentra situada en Clivus Argentarius, un vial que sale a la izquierda de la via de San Pietro in carcere, que bordea por el sureste el altar de la Patria, por el noroeste el Foro, y que desemboca en el Campidoglio. Puro centro de la Roma antigua.


Aprovecho para tomar un tentempié y no se me ocurre otra cosa que sentarme en el típico restaurante para turistas (si es que no tengo remedio; podía haber tomado un trozo de pizza en un puesto callejero), pero me gusta sentarme y descansar, tomar mi tiempo no sentado en un muro de la vía de los foros imperiales al lado mucha más gente. La “clavada” por una pasta carbonara, una copa de tinto corrientillo y un decaffeinato lungo estaba sentenciada. A ver si aprendo.


Si compré una entrada online para evitar colas, en este caso me salió mal la jugada, pues había que canjear en ventanilla el bono por la entrada, de modo que la situación igualaba a los que teníamos boleto y los que tenían que comprarlo, en una taquilla que despachaba a los candidatos a visitantes con una lentitud exasperante, de modo que tuve que esperar en cola más tiempo que el que duró la visita, pues una vez dentro, el espacio, que yo creía una sucesión de túneles y pasadizos lóbregos que en su día alojaron a los presos y condenados a muerte, solo consistía en una bajada a una estancia circular abovedada donde cuenta la tradición que tuvieron encerrados a Pedro y a Pablo. En la planta superior al nivel de calle, unas vitrinas con objetos y fragmentos procedentes de excavaciones, y una lápida en la pared donde anuncia que en esta cárcel, entre otros, estuvieron presos y murieron Yugurta, el númida, que murió de hambre; Vercingétorix, el galo, y Sejano, que fue la mano derecha de Tiberio. Estos dos últimos fueron decapitados.

Juzguen ustedes mismos.

 

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