VOLVER A ROMA X

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ESCAPADA A RÁVENA

 

Guardo como encantadora e inolvidable la visita de dos días a la ciudad de Rávena, en la región de Emilia Romagna. Un viaje en tren que no se nos hizo demasiado largo, tres horas y media, con transbordo en Bolonia, y una estancia en hotel céntrico, de la multinacional española NH, agradable, funcional y, cosa rara, no disparado de precio. Todo un venturoso comienzo que presagiaba, como así sucedió, una estadía digna de recordar.

 

Rávena es una mediana ciudad de poco más de ciento cincuenta mil habitantes, tranquila, limpia y bien estructurada en torno a un centro no muy extenso donde se concentra la mayoría de lugares visitables, con ocho edificios considerados patrimonio de la humanidad, con un turismo nada masificado de mediados de mayo, y frecuentado por decenas de excursiones de escolares que vienen a recorrer in situ los lugares más representativos que estudian en sus libros de arte y de historia.

 

Es sumamente agradable deambular por sus calles y plazas donde apenas circulan vehículos y con numerosos establecimientos de hostelería con buen aspecto, frecuentados por un número de clientes que auguraban que no sería necesario reservar mesa, como desgraciadamente es obligatorio hacer en lugares más atestados.

  • San Vital

    San Vital

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  • Mosaico de los Mártires de San Apolinar Nuevo, Con Santa Eulalia.

    Mosaico de las mártires de San Apolinar Nuevo, Con Santa Eulalia.

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  • Restaurante Radici

    Restaurante Radici.

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  • Tumba de Dante

    Tumba de Dante


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  • Mausoleo de Teodorico

    Mausoleo de Teodorico

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  • Mosaico de Justiniano San Vital

    Mosaico de Justiniano San Vital

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  • Bautisterios Arriano

    Baptisterio Arriano

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  • Mausoleo de Gala Placidia

    Mausoleo de Gala Placidia

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Digo desgraciadamente, dramatizando quizá, porque en la actualidad es prácticamente imposible rendir visita a un lugar medianamente celebrado sin tener que mediar reserva previa de hoteles y restaurantes. La fijación de fecha, hora y lugar limita enormemente la capacidad que antes teníamos de “vagar a nuestro libre albedrío” sin preocuparnos por dónde íbamos a comer o a dormir, con la certeza de que siempre encontraríamos un lugar aceptable para ello. En el diario de un turista, pues, el tiempo está cuadriculadamente cronometrado y compartimentado con las correspondientes visitas, pausas gastronómicas y pernoctaciones, y eso no gusta.

 

Hay varios nombres que vienen a mientes cuando de visitar Rávena se trata: En un principio evocas a Gala Placidia, a Teodorico el Grande y a Justiniano. De otra época viene la remembranza de Dante, que aunque desarrolló su labor poética y política en otras ciudades más importantes, recaló en Rávena, donde murió, y donde se encuentra su tumba y la que fue su última casa, convertida hoy en museo. El gran poeta florentino descansa aquí, luego de numerosas intrigas y lances políticos que se sucedieron en su azarosa vida.

 

De Gala Placidia, hija de Teodosio el Grande y esposa de rey Ataúlfo de los visigodos tras ser hecha prisionera y con quien vivió en Barcelona hasta su muerte, y más tarde, forzada por su medio hermano Honorio, casada con Flavio Constancio, emperador, y madre de Valentiniano III, debió de ser una mujer zarandeada por los vaivenes de los últimos estertores del imperio de occidente, influyente en los últimos años de su vida. Rávena conserva su recuerdo en el lugar donde según la tradición reposan sus restos, el llamado mausoleo de Gala Placidia, un edificio en planta de cruz griega en un estilo de transición del paleocristiano al bizantino y del que hay que resaltar sus excepcionales mosaicos, los más antiguos de Rávena.


Los sarcófagos que cobija el mausoleo son todos atribuidos: el de su esposo Constancio III, el de su hijo Valentiniano III (o tal vez Honorio) y el propio de Gala Placidia. Lo que sí parece ser cierto es que, según los estudios, la emperatriz, que falleció en Roma, no fue enterrada allí.

 

De Teodorico el Grande, rey de los ostrogodos, sí tenemos más referencias. Aliado del Emperador de oriente, Zenón, fue enviado por este a la península itálica, donde derrotó y asesinó a Odoacro, rey de los Hérulos, que había depuesto en el 476 al último emperador Rómulo Augustulo. Según los historiadores, a partir de este acontecimiento culmina la Antigüedad Tardía y da comienzo la Edad Media. Desde la ciudad de Rávena, que constituyó como capital, consiguió recuperar bajo un solo mando una gran parte del imperio occidental, excluyendo la Galia y Britania.

 

La figura de Teodorico fue agrandándose con los tiempos y dando lugar a numerosas leyendas. El húngaro Lázsló Passuth, autor de un libro de viajes por España, es autor de una novela editada por Luis de Caralt en 1975, Rávena fue la tumba de Roma, que narra la vida de este personaje y que me propongo comprar en librería de viejo y leer en cuanto regrese a España.

 

Aquella tarde de Mayo, tras el agradable paseo, dimos con un restaurante que acrecentó aún más nuestra sensación de bienestar en el disfrute de esta ciudad. Se trata de Radici, cucina e cantina, en la via Mentana. Me van a permitir que, dada a mi entender la exquisitez de la cocina que probamos, me extienda un poco en pregonar nuestro deleite e invitar con ello a que lo probéis si tenéis el acierto y la suerte de viajar a Rávena. La única pega fue que las raciones eran un poco cortas.

 

No crean que se trata de un restaurante de alta cocina, no; es un establecimiento sin pretensiones donde, por otra parte, la cuenta no fue más allá que en cualquier otra ostería popular italiana. La diferencia tal vez la marca la conjunción de sabores tan bien lograda que hicieron de cada plato una auténtica delicia. Antes de comenzar nos sirvieron un aperitivo de capuccino de funghí porcini y unos bocaditos de hummus de garbanzo. Comenzamos por compartir un huevo cremoso de pato, setas porcini y apio nabo guisado, salsa de chalota negra fermentada y germen de trigo.Para uno fueron lonchas de bacalao marinado y gratinado, gazpacho amarillo con menta y albahaca y orejones. Y para otra, passatelli (un tipo de pasta) con alga espirulina en caldo concentrado de salmonete del Adriático. Como las raciones nos supieron a poco, completamos con piadina (especie de pan local) con queso fresco untable, local también, llamado squaquerone. Si algo subió la cuenta fue el vino, un vino suave y fresco de la DOC de la región Albana llamado Madonna dei Fiori 2020. Nada más que decir: probadlo y ya me diréis.


El día siguiente constituyó una regalada caminata, sin prisas, por los lugares que nos evocan los antiguos tiempos de Teodorico: Su mausoleo, en las afueras, su antiguo palacio, las iglesias de San Apolinar Nuevo, con sus magistrales mosaicos, en una de cuyas alas se representan las veintidós vírgenes mártires, entra las que se encuentra nuestra Santa Eulalia de Mérida, la de San Francisco, con una aljibe de suelo de mosaico bajo el altar mayor, la de San Apolinar in Classe, San Juan Evangelista… y en especial un par de baptisterios (Antiguamente los lugares de bautismo se construían fuera de las iglesias), uno llamado arriano (por la religión de Arrio, declarada herética) y otro ortodoxo, llamado Neoniano¸ ambos, en especial la sencillez del primero, con unos magníficos mosaicos en la cúpula. Hay que decir que Teodorico practicó la religión arriana, aunque fue tolerante con otros credos, en especial la llamada católica. La cuarta persona que nos evoca la ciudad de Rávena es Flavio Pedro Sabacio Justiniano, alias Justiniano I el grande, de educación latina, de quien puede decirse que fue el último gran emperador de Roma, ya que su reinado en el imperio oriental fue dedicado a recuperar el territorio perdido y así, con la ayuda de sus generales Belisario y Narsés, reconquistó Italia, y por tanto Rávena, a los ostrogodos, el sur de Hispania a los visigodos y el norte de África a los vándalos. Fue además un gran legislador que compendió todas las leyes romanas anteriores en el corpum iuris civilis, y un promotor de grandes edificaciones, como la iglesia de Santa Sofía en Bizancio. Precisamente una de las joyas de la arquitectura bizantina la podemos admirar en Rávena: se trata de la Iglesia de San Vital, de estilo netamente bizantino en cruz griega, con una gran cúpula central que se apoya sobre cúpulas menores perimetrales y que descansan a su vez en grandes contrafuertes exteriores, proporcionando así un gran espacio diáfano central al templo. Este estilo arquitectónico se depuró con los siglos y fue copiado y perfeccionado por los arquitectos de los otomanos sustitutos que se establecieron en el territorio del imperio oriental, renombrando su capital como Estambul. San Vital es una de las joyas imprescindibles de Rávena, y no solo por su arquitectura, sino en especial por los mosaicos, sobre todo los que retratan la corte de Justiniano y la emperatriz Teodora. Dignos de ver. La tarde se consumió apaciblemente con un almuerzo en uno de los establecimientos del mercado cubierto, reconvertido recientemente en solar de restaurantes y tiendas de delicatessen y visitando algunos lugares que aún quedaban por conocer de la ciudad. La determinación surgió pronto: hay que volver a Rávena. Os invito a que conozcáis la encantadora ciudad.

 



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