COLONIA EXTREMADURA

Cuando lean estas líneas se rasgarán las vestiduras muchos de los que piensan que ser buen extremeño es entonar cánticos de alabanza a las bondades de nuestra tierra. Pienso lo contrario, o no exactamente lo contrario, sino que un buen extremeño no se debe contentar con airear los muchos aspectos positivos de Extremadura, sino también remarcar las rémoras y dificultades, ayudando desde sus posibilidades a mejorarla. Es una obviedad que no merece ni ser reseñada.
Pero esto que escribo no llegará a darse porque lo más probable es que el artículo vea la luz solo en mi página web donde solo curiosean personas de mi entorno que suelen participar de mi forma de pensar, y en grupos de redes sociales que apenas leerán el texto del encabezamiento, pues estamos cada vez más acostumbrados a leer la noticia flash, sin profundizar, y nos da pereza ahondar en los escritos. Curiosamente merodean muchos “megustadores” que le dan al “like” sin saber de qué va. He podido comprobar que entre los que entre los que entran en las páginas de los artículos, la media de tiempo de permanencia en estas es muy inferior al tiempo que se tarda en leer el artículo, lo que quiere decir que, o piensan que es malo – lo que no se puede saber si no se lee- o da pereza leer más de cinco líneas.
Muchos de los grupos y foros dedicados a Extremadura en las redes sociales incluyen entre sus normas que el objetivo es dar a conocer Extremadura, pero al mismo tiempo no se permite hablar o hacer referencias políticas. ¿Cómo se puede dar a conocer Extremadura si no se ponen en evidencia factores negativos que deben corregirse mediante acción política? Es el viejo odio a la política que nos tienen inculcado desde los tiempos de la dictadura y que se ha encargado de mantener el sistema partitocrático actual que obedece más a los intereses oligárquicos que a las necesidades del pueblo. La política para sus profesionales, ignorándose que un pueblo, si no se mete en política, alguien hará política por él, y no precisamente en beneficio del pueblo.
Decía que estas páginas solo las leerán personas de mi entorno con ciertas afinidades de pensamiento, por lo que el objetivo no se verá cumplido y nadie se rasgará las vestiduras.
Nadie se rasgará las vestiduras porque este artículo en ningún modo puede ser publicado en cualquiera de los muchos medios paniaguados del sistema, que no divulgarán mis desatinos pero sí se esforzarán en difundir los bulos –o al menos inexactitudes- que alimentan la ignorancia de muchos de sus lectores (ahí viene a cuento decir que sálvese quien quiera). No me resisto a mencionar a este respecto, el meritorio artículo de Javier Gimeno Perelló en Nueva Tribuna titulado “La mentira, la primera en todo” , y de copiar miserablemente su idea y la cita de Baltasar Gracián en su “Oráculo manual y arte de prudencia”
Son muchos más los engañados que los advertidos:
prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera...
La mentira es siempre la primera en todo;
arrastra necios por vulgaridad continuada.
La verdad siempre llega la última,
y tarde, cojeando con el tiempo.
Y los medios que podemos considerar independientes tal vez lo publicarían si fuese firmado por un buen primer espada de la opinión o de la política, y nunca por un mindungui que no tiene eco mediático – que no vende- en absoluto.
En todo caso, aunque se diera la carambola de que un periódico de gran tirada se dignase a publicar este ya demasiado extenso artículo, tampoco cumpliría su objetivo, porque hay pocos lectores de prensa, y de los pocos que hay, los más leen la deportiva –léase futbolera- y otros solo los titulares, por lo que la pretendida, ambiciosa y petulante difusión de estas líneas quedaría considerablemente mermada.
En un artículo anterior, aprovecho un chiste que circula y lo aplico a Extremadura:
Encuestador: “¿Cuál cree que es la principal característica negativa de la ciudadanía extremeña: la ignorancia o la indiferencia?”
Encuestado: “Ni lo sé ni me importa”
En la edición de la feria del libro de Mérida del año 2018 se presentó el libro “Qué nos pasa a los extremeños para estar donde estamos” editado por el Club Senior de Extremadura. La respuesta a la pregunta que se hace en el título tal vez estuviera en la propia caseta oficial: casi había tantos miembros en la mesa de presentación como asistentes al acto, y todo ello mientras una multitud paseaba por las calles del parque López de Ayala delante de la caseta en cuestión y llenaba las terrazas de los bares cercanos. Libros se vendían pocos.
La explicación podría encontrarse en que somos aún una comunidad colonizada a la que su conversión en autonomía política no ha aportado el empuje suficiente para dejar de ser lo que seguimos siendo antes y después del cambio en la organización territorial del estado, a pesar –en mi humilde opinión- del empeño de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en aseverar lo contrario. Seguimos siendo colonia adormecida, si no en manos de los antiguos nobles que se repartían su territorio, sí en las de los nuevos detentadores de poder a cuyo servicio están los lacayos que nos administran y que en aparente paradoja elegimos con nuestros votos.
Nos asombramos y no dejamos de quejarnos de que con unos recursos como los que disponemos (sobre todo energéticos e hidráulicos, que tanto se valoran últimamente) no despeguemos del vagón de cola del crecimiento e incluso nos encontremos sumidos aún más en este farolillo rojo.
Una comunidad no se gobierna sólo desde las instituciones, y menos si están en manos de unos políticos que son más complacientes con la idea de que las altas esferas de su partido en Madrid mantengan su puesto en la comunidad que con una política reivindicativa real que no solo reclame en las alturas del estado sino propicie unas políticas revulsivas que permitan a Extremadura salir de nuestro atraso secular. Unas políticas que deben llegar de la mano de personas comprometidas con su tierra y no con los poderes económicos del Estado o con los de su propio partido a nivel estatal. Y si estos están más pendientes de mantener su sillón, tal vez sería conveniente la existencia de un partido netamente extremeño para compensar la balanza, y lo dice alguien convencido del efecto negativo de los partidos nacionalistas en la unidad de todos los pueblos de Europa y del mundo. Si la política contempla desgraciadamente un cambio de cromos entre los diversos partidos, algunos mayoritarios en sus territorios que se llevan el gato al agua vendiendo su apoyo a los partidos centrales, nos obligarían sin más remedio a formar un grupo de presión lo suficientemente fuerte como para poder exigir que no nos olviden, por ejemplo, en el reparto del pastel de los presupuestos, ya que nuestros administradores actuales no lo hacen.
Podría ser muy común la posible respuesta de un dirigente autonómico a sus superiores jerárquicos en su mismo partido ante alguna medida impopular que viene de arriba: “No me hagáis (soportar, proponer, aceptar, incluir,…) esto: la gente de mi comunidad no lo entendería y la oposición se aprovecharía de ello” , cuando la respuesta debería ser: “No vamos a (soportar, proponer, aceptar, incluir…) esto: no estoy de acuerdo y perjudica a mi comunidad” . Esta última respuesta es la que darían si la medida proviniese de un gobierno central perteneciente a un partido adversario. Hacen oposición por sistema cuando se debe ejercer una oposición razonable y coherente.
Una comunidad que cuenta con una sociedad formada, informada y beligerante no ha de permitir que sus representantes políticos se desvíen de la acción a la vez renovadora y reivindicativa so pena de que sea esta misma sociedad civil la que castigue a estos políticos y no las altas instancias de sus respectivos partidos. Y ¿qué tenemos? No seamos eufemísticos ni timoratos al denunciarlo: una sociedad conformista, quejumbrosa en parte, que reniega de la política y los políticos, pero inactiva y que sólo piensa en que la solución de los problemas pasa solo por la acción de los gobiernos locales, provinciales, autonómico, estatal y europeo en forma de “subvenciones”. Acusamos a nuestros gobernantes de pasividad e ineficacia y somos nosotros también pasivos e ineficaces.
¿Cuántas corporaciones y sociedades “independientes” (que no dependan de subvenciones oficiales sino de la propia conciencia y esfuerzo de sus miembros y que no sean simples plataformas utilizadas por sus líderes para acceder a la escena política), en el ámbito cultural, científico, económico y de otras índoles funcionan con eficacia en Extremadura? ¿Qué proporción de extremeños y extremeñas están integrados en estas pocas sociedades?
A los que ya peinamos canas y aún a los que están ultimando su periodo de formación (aunque nunca deberíamos terminar de formarnos) nos resultará difícil terminar con esta situación. Es evidente que romper el círculo vicioso será un proceso largo y supondrá una revolución generacional que solo puede venir de la mano de la educación. Una sociedad con nuestras carencias necesita aún más que las sociedades ricas de una auténtica ruptura en materia educativa que asegure nuevas generaciones libres de las rémoras que actualmente nos afligen, y no basta con llenarnos la boca pregonando la educación como inversión de futuro sin reflejarlo presupuestariamente; queda muy bonito en labios de los políticos pero no se refleja en gasto por habitante: de la misma forma que las familias conscientes con pocos recursos se quitan el pan de la boca para que sus hijos puedan estudiar en las mejores condiciones posibles, nuestra comunidad ha de hacer lo mismo superando con creces el porcentaje presupuestario dedicado a la actividad educativa (a más pobreza más dinero para educación: esta debería ser la paradoja). Y, lo más importante, que esta cantidad de dinero sea sincera e inteligentemente dedicada a formar o importar formadores que aseguren que la juventud extremeña se va a educar en la capacidad de constituirse en revulsivo de nuestra sociedad. En la misma sociedad y en los dirigentes que han cometido la osadía de pergeñar todo esto, recaerá la obligación de establecer los mecanismos para evitar la fuga por falta de expectativas de estos jóvenes así educados, aunque estos jóvenes así educados encontrarán más fácilmente las expectativas. La sociedad extremeña y las empresas radicadas en nuestro territorio están obligadas, sí o sí, a facilitar esto. Y si algunos se van, al menos les irá bien, porque saldrán bien formados.
Mientras llega esto, los medios de comunicación, sobre todo los estatales y autonómicos, deben ser absolutamente independientes de los poderes públicos y abandonar la autocomplacencia y la mojigatería e incluir en su programación espacios que muestren la realidad no edulcorada y que formen a la ciudadanía, ofreciendo información no sesgada para compensar la intoxicación deliberada de los medios con intereses… llamémosles inconfesables.
A ver. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Por lo pronto, todos los extremeños y todas las extremeñas que confluyan en mayor o menor grado con estas formas de entender, estamos obligados a ejercer de activistas para cooperar con el objetivo de mejorar nuestra sociedad. Y no basta con quejarse y pregonarlo. No tenemos excusa.
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